A propósito de ésto tengo una anécdota divertida, y, puedo prometer y prometo, absolutamente VERÍDICA. Una amiga tiene una Maruja Interior con un ego muy potente, una mandona que la tiene sometida. Ella es guapa y con una espléndida figura, pero tiene el don de elegir siempre lo más rancio en materia de ropa y complementos. Se fijaba mucho en mí, aunque no decía nada; me preguntaba de vez en cuando, y yo le daba algún consejo suelto: Exto sí, exto no. Mujer inteligente y observadora, decidió imitar mi estilo – no porque sea mío, sino porque es evidente que, a estos efectos, funciona muy bien - pero lo hacía a su aire, de manera que su Maruja, que es muy jartible, terminaba por ganar la batalla.
Para entender lo que voy a contar ahora, conviene advertir de que ella es solo tres años mayor que yo. Una vez fuimos juntas a una boda. Los estilismos elegidos respectivamente para la ocasión, eran los que siguen:
Marina se había hecho un traje a medida en Sybilla – tres pruebas y un montón de euros- del que me llevaba hablando dos meses. Era un vestido muy caro, y, desde luego, tan bonito per se, como inapropiado para ella. En cuanto la ví me eché, mentalmente, las manos a la cabeza. Clásico donde los haya, de gasa en un color verde esmeralda y con unos 30 volantes de más. Había pasado unas horas en la pelu, consiguiendo un peinado, que, seguramente a su madre le hubiera quedado genial. Se puso unos buenos joyones, y, para acabar de arreglarlo, tuvo la genial idea de colocarse encima una estolita de visón pastel, el color más viejuno para una prenda de piel. No sé cómo pudo suceder, aunque ella es experta, pero en esa ocasión se había lucido especialmente: Había conseguido ponerse al menos 15 años encima.
Yo, en cambio, decidí ir a la boda en el último momento, y había improvisado. Dos días antes me zambullí en el armario y me decidí por un smoking negro de crepe: Chaqueta de corte impecable, bien entallada, y pantalones pitillo. Unos peep toes con plataforma y taconazo, y una sencilla cartera de raso. El efecto muy elegante, pero quedaba algo soso, demasiado sobrio. Tenía guardados unos puños de zorro, tintado de color frambuesa. Se los apliqué, y me planté la larguísima bufanda a juego. El resultado, la preciosa piel del pobre animal sobre el negro del traje era bastante espectacular. No me hice moño ni nada parecido, sino que me apañé yo misma un semi recogido cuidadosamente despeinado, que sujeté detrás de la cabeza con dos horquillas negras de brillantes.
Smoking: PRADA. Cuello y Puños renard: Vintage. Cinturón: D&G
Smoking: PRADA. Cuello y Puños renard: Vintage. Cinturón: D&G
Una vez dentro de la iglesia, desde el banco de delante, un amigo suyo se volvió a saludarla. Yo, que no le conocía, simplemente sonreí por educación. Dos minutos más tarde, el caballero me mira a mí, la mira a ella, y le dice: “Qué guapa, es tu hija ¿verdad?”. La cara de mi amiga se convirtió en un poema; su sonrisa mudó en una mueca de estupor, pero la mía se quedó petrificada. Parezco bastante más joven que ella, pero no es para tanto. No es cierto que parezca mi madre. El problema surgió, deduje reflexionando más tarde, es que ese día su Maruja Interior estuvo especialmente dicharachera y convincente, así que la puso hecha un Ecce Homo. Calculando rápidamente, esos 15 años que se echó encima para la ocasión, añadidos a los 10 que yo suelo quitarme, debían otorgarnos una diferencia de esos 25 años y que hicieron al pollo en cuestión precipitarse de tan espantosa manera. Absolutamente devastada por la suposición del caballero, Marina acertó a mascullar con un hilo de voz: “No es mi hija, es una amiga”.
Yo creí morir. Ella creyó morir. El amigo quiso morir.
Hasta aquí la principal anécdota del caso. Un par de semanas más tarde, seguramente después de meditar sobre el luctuoso acontecimiento, me llamó para pedirme que revisara su armario...